En estas fechas de junio y julio, en las que los campos manchegos se tornan dorados, por un cereal presto para ser cosechado, fruto del trabajo y mimo del agricultor, es cuando más necesaria se hace la práctica de unas buenas prácticas agrícolas que posibiliten que la fauna salvaje y en particular las especies cinegéticas no se vean afectas por la tan merecida cosecha, o su afección sea mínima, y sobre todo me estoy refiriendo a la perdiz roja.

Es de Justicia reconocer que el agricultor debe sacarle todo el provecho posible a sus campos, a sus inversiones, al trabajo de todo un año, y el cazador debe ser consciente de ello y de la necesaria simbiosis que existe entre agricultor y cazador.

Pero este merecido beneficio no debe ser óbice ni impedimento a que las labores de cosechado y sobre todo de empacado causen perjuicios irreparables en los nidos y/o polladas de nuestra emblemática perdiz. Por ello se hacen necesarias unas directrices que, sin llegar a prohibir u obligar, sirvan de recomendaciones de lo que sería deseable para una agricultura sostenible y compatible con el medio natural y las especies cinegéticas.

Y concretamente me estoy refiriendo a medidas como evitar el cosechado nocturno, y sobre todo el empacado de paja nocturno que tanto daño causa.
Me refiero al empleo de métodos ahuyentadores en la maquinaria.
Me refiero también a respetar lindes y ribazos que sirven de refugio a todo tipo de aves esteparias, no sólo a la patirroja.
Me estoy refiriendo a dejar tiras o franjas cuando se coseche; a no levantar de forma prematura los rastrojos, y esperar hasta septiembre para labrar.

En definitiva, son meros pensamientos de un cazador más, que sale al campo y queda prendado cuando ve un nido de perdiz, o cuando ve una pollada tras su bravía madre que se pierde entre la mies al sentir la presencia del humano, en fin, divagaciones sobre lo ideal.

Por ello, para que no hagamos meras ensoñaciones, se hace cada vez más necesario la aprobación de un catálogo de buenas prácticas agrícolas por parte de las Administraciones, que incluso premie económicamente a aquellos agricultores que lo cumplan, pues esas medidas que he esbozado de forma tan genérica –y seguramente torpe–, contribuyen sobremanera a la conservación del medio natural en general y a la conservación del hábitat de muchas especies, y en particular de nuestra perdiz brava, por ello, como una medida más de incentivación a la conservación y recuperación de las especies de caza menor, que es el objetivo de todos aquellos que luchamos y defendemos la caza y los cazadores, reitero nuevamente la necesidad de un catálogo de buenas prácticas agrícolas.

 

José-Agustín Rabadán Picazo